sábado, 26 de julio de 2008

AMOR PERDIDO

Se que ya no vendrás,
Y que otro amor tendrás;
Pero me sigues amando,
Lo supe al verte llorando.

Sabes, mi alma por ti llora;
Sabes, mi corazón te añora;
Quiero llegar al olvido;
Quiero, pero no he podido.

Tengo tu recuerdo latente,
Esos momentos felices, lo tengo presente;
Y se que no dejarás de lado,
Esos momentos que te he dado.

miércoles, 16 de julio de 2008

EL ÁNGEL GUARDIÁN

Doña Concepción había quedado viuda, su esposo Luis Pereyra falleció del corazón, dejando a la joven mujer y a sus dos pequeñas hijas a merced de la rapiña de las hermanas de Don Luis; quienes mediante artifugios, asesoradas por un abogado inescrupuloso, hicieron que la inexperta mujer firmara los derechos sucesorios en favor de las dos arpías. Y así fue de un día para otro Doña concepción y sus dos hijas Francisca y Waldina quedaran con lo puesto.
El juez que vino a comunicarle que debían dejar la casa, no era menos corrupto que el abogado y las dos mujeres; que jamás aceptaron que su hermano se casara con Doña Concepción por ser de condición humilde. Y abandonaron el pueblo de Sao Borja, Rio Grande Do Sul, Brasil; la desamparada mujer y sus hijas emigraron al pueblo de Santo Tomé, Provincia de Corrientes, Argentina.
Doña Concepción, con lo poco que tenía y la buena voluntad de la gente que la conocía; consiguió una casa humilde donde vivir. Era modista y pronto por fortuna comenzó la gente a valorar su trabajo. Waldina, la menor de las hermanas, estudiaba y Francisca ayudaba a su madre con las costuras, trabajos exquisitos, manteles de hilos finamente bordados trajes de novias, camisas de seda; el arte de la costura no tenía secretos para ellas.
Era aquella una época difícil, el progreso costaba llegar y sobre todo a los pueblos; la gente adinerada vivía la mayor parte del tiempo en sus estancias y venían poco al pueblo, sus hijos estudiaban en otras ciudades.
Corrientes tenía sus luchas internas, y existía el caudillismo político. La casa donde vivían era de ladrillos asentado en barro, con una galería al frente, un dormitorio, cocina comedor, patio con pozo de agua, al frente un pequeño jardín con plantas de azaleas, muro de metro y medio de altura con portón de madera.
El hecho de vivir mujeres solas las hacía tomar ciertas precauciones como poner candado en el portón y trancas en puertas y ventanas; Doña Concepción era una mujer valiente y tenía que velar por sus hijas.
Cierta noche escucharon batir palmas en el portón, las chicas quedaron mudas, la madre abrió una hoja de la ventana y vió un hombre corpulento, de bigotes, sombrero negro, pañuelo al cuello, vestía de paisano, bombacha y botas negras. Al preguntarle, que quería, le respondió con frases incoherentes, al parecer tenía algunas copas de más.
Ante la insistencia del hombre, la mujer tomó una varilla de madera dura de un metro de largo, cinco centímetros de espesor, con marcas de centímetros, se usaba para medir telas. Salió al corredor de la casa ante el pánico de sus hijas, la valiente mujer dijo al hombre que se fuera. El paisano respondió: -¨Ustedes necesitan un hombre en la casa que las proteja.¨-
Y apoyando una mano en el muro voleó una pierna para saltar por sobre la tapia. La mujer tomando la pesada varilla con ambas manos le propinó un feroz golpe detrás de la oreja tan certero que el hombre cayó como fulminado por un rayo.
- ¡Está muerto! -¡Lo mataste mamá!
- No hijas solo está inconsciente, ayúdenme a sacarlo afuera.
Tomaron al hombre por los tobillos y lo arrastraron afuera, luego cerraron y trancaron puertas y ventanas. Aparentemente, el hecho aquel hizo que la gente mirara a la mujer con otros ojos, admirando la valentía y como defendió a sus hijas de la segura agresión.
Pasaron los tiempos con tranquilidad en la casa de los Pereya.
Una noche luego de rezar como de costumbre antes de acostarse, y de desear un buen descanso a su madre, Francisca y Waldina se acostaron en la ama que compartían unto a la pared que daba a la galería de enfrente, las tres mujeres en la misma pieza. De pronto las niñas escucharon en la galería una mecedora como si alguien se hamacaran en ella; las dos mujercitas se abrazaron: -¿Escuchaste Francisca?-preguntó Waldina con un hilo de voz. -Sí- contestó Francisca. -Serán los gatos- tratando de calmar a su hermana. Luego escucharon unos chasquidos, similar al que produce una persona al saborear una comida, junto al oído de las aterradas niñas.
Saltaron de la cama y fueron a apretujarse temblando en la cama unto a su madre. -¿Qué les pasa niñas?-
-Tenemos miedo, sentimos ruidos extraños.
-Bueno quedense conmigo, no les pasará nada- dijo la madre abrazando a sus hijas.
Algo cayó al piso e inmediatamente un estrepitoso ruido y la habitación se llenó de polvo, luego una claridad que provenía del frente de la casa y cuando por fin pudieron calmarse y se disipó el polvo, la madre encendió una lámpara, con asombro vieron que toda la pared del frente del dormitorio había caído, justo sobre la cama que un rato antes ocupaban las niñas. La cama quedó sepultada con escombro junto con la pesada ventana.
Se miraron sin comprender que pasó, todo estaba en silencio, no había viento, como para explicar lo sucedido. Por supuesto nadie durmió esa noche.
Al oro día viendo el gran boquete, la cama tapada de escombros, la mujer se arrodilló, y agradeció a Dios el hecho de haber salvado a sus hijas de una muerte segura.
Luego de pasar unos días y con la pared ya reparada, la madre juntó a sus hijas y les dijo:- niñas, ustedes fueron avisadas por el Ángel Guardián que todos tenemos, deben rezarle todos los días y agradecerle, pidiendo que siempre las proteja.
Pasaron los años, Francisca tuvo ocho hijos y catorce nietos, Waldina fue maestra. Francisca siempre por las noches seguía rezando a su Ángel Guardián el haberlas protegido aquella noche; hacía tantos años que ni ella misma sabía cuantos.